viernes, 23 de diciembre de 2011

Capítulo 16

Lunes por la tarde. Mamá me había obligado a ir a Marlborough con mi abuela y con Evelyn. Iba a regañadientes. Y aquel en aquel coche corríamos el peligro de resbalar por nieve que caía. Hacía mucho frío, pues aquella noche nevara.
Aguardé impacientemente, observando cómo mi abuela disfrutaba al darle instrucciones a la modista sobre el vestido. A Evelyn le encantaba.
-Jane, ponle un bordado en la cintura, con un lazo atrás.- Le decía mi abuela a la modista.
-Sí, señora Fellon, ¿le gusta esta?- Contestaba la personita débil que era Jane, aún así, cosía como los dioses.
Evelyn se limitaba a escuchar. Yo, apoyada de lado de la ventana, miraba la gente pasar por la calle. Quería salir fuera, aunque hacía un frío terrible.
-Abuela, ¿puedo ir a mirar un lazo para regalárselo a Amelie?
-Sí, que aquí no tienes nada que hacer. Nos vemos en una hora y media aquí.
-Hasta luego, abuela. Adiós, Jane.- Y me fui, matizando que no decía adiós a Evelyn. La verdad era que no hablara con Evelyn más, ni para decir hola.
Caminaba por aquella calle principal, llena de gente. Los dueños de las tiendas limpiaban la nieve de la acera que estaba enfrente de sus negocios.
El rumbo de mis pies se dirigía a cualquier lugar donde no hubiera aquel viento gélido. Compré una cinta de pelo rosa para Amelie. Paseé y decidí entrar en la panadería porque quería adquirir un magdalena. Al salir por la puerta choqué con alguien.
-Lo siento mucho, señorita.-Dijo el joven, mientras recogía mi gorro, que había caído al suelo. Nos miramos y nos reconocimos. Jonathan.-Hola señorita Agathe, ¿qué hace por aquí?- Y me devolvió el sombrero.
-Pues me entró la gana de comprarme una magdalena, Jonathan. Mi abuela y Evelyn están encargando un vestido.- Le contesté.
-Las magdalenas de aquí son deliciosas.- Agregó.
-¿Y qué te trae por aquí?- Pregunté al chico que tenía ante mis ojos.
-Hoy es mi mañana libre y decidí venir aquí al pueblo a comprar algún detalle con mis ahorros para mi familia.
-¿Vive su familia aquí, en Marlborough?
-No, señorita, viven en Southamton.- Dijo.
-Me gustaría ver el mar. Nunca lo he visto.- Le dije.
-Oh, no es gran cosa, el agua está congelada hasta en verano.- Me contestó, dándole poca relevancia a la inmensidad del océano.- ¿Sabe si va a venir mucha gente al baile?- Cambió de tema.
-Eso lo deberías saber tú, ¿no crees?- Le contesté.
-Sí, sí que lo sé, pero se lo preguntaba por si no lo sabía.
-Vendrán estúpidos nobles ingleses y mi familia. Tengo un par de primos que no los soporto.- Nos reímos.- ¿Cuántas personas estáis al servicio de mis abuelos?
-Somos dieciséis personas. Una persona sola no puede limpiar doscientas cincuenta estancias.
-¡¿Doscientas cincuenta?!- Dije asombrada.
-Sí, lo que oye.
Miré el reloj. Tenía que volver.
-Jonathan, tengo que regresar. Nos vemos en casa.
***
Los días pasaban lentamente, aunque estos últimos habían sido, en parte, estresantes. Todo el mundo preparaba el gran baile. Mis primos, tíos y demás familia habían llegado el día anterior. Yo no ofrecía ni la más mínima ayuda por mi parte. Me limitaba a sentarme en el salón del té, a la vera de la chimenea a leer, y también a darme largos baños con el fin de que no me encontraran y tuviera que bajar.
Peter se dedicaba a ayudar a mover muebles para despejar el gran salón principal para el baile.
Evelyn y Amelie ayudaban con las flores.
Mamá, papá y la abuela supervisaban, aunque a mi padre no le agradara la idea, ya que decía que se podían hacer cosas más productivas en vez de pasear de un lado a otro.
Mis primas y mis primos venían de vez en cuando a pasar un rato conmigo, para escabullirse de las tareas que mis tías les asignaban.
El abuelo se encerró en su despacho con sus maquetas, bajando a donde me encontraba para pasar un rato conmigo y con los desertores de mis primos.
En aquel momento, estaba sola en el salón. Me había cansado de sentarme allí durante cinco días seguidos. Bajé al salón. A escasas cinco horas para la cena, aquello era un caos. Venga gente para aquí cargada de la cubertería, venga gente con flores de brillantes colores. Divisé al señor Morris y me acerqué a él.
-¡Señor Morris!- Grité, porque había mucho ruido en aquel lugar.
-Dígame, señorita.
-¿Sabe dónde está mis padres?
-Los vi hace cinco minutos en la cocina.- Contestó.
-Muchas gracias.
-De nada. No se le ha visto en esta semana salvo para desayunar, comer y cenar.
-Dirá que soy una vaga, pero no me gustan estas cosas, señor Morris.
-No digo eso, señorita, para nada. Mire, allí están sus padres.
-Gracias otra vez. ¡Hasta luego!
Mis padres estaban con mis tíos y tías hablando y dando órdenes.
-Hola.- Me acerqué.
-Mira, la desaparecida.- Dijo alegremente mi tío Percival.
-Os he echado mucho de menos.- Dije dándole un beso a cada uno de ellos.
-Agathe, tengo que hablar contigo.- Habló mi madre.
Nos alejamos y comenzó a hablar.
-No he ido a la sala del té porque estábamos todos, menos tú, ocupados en alguna tarea, pero si hubiera ido me enfadaría bastante contigo. ¿Acaso no ves que todos hemos echo algo?
-Sí que lo veo, pero no tenía ganas de hacer nada. Ya expresé la semana pasada mis desaprobación sobre este encuentro social. Venga, id a buscarle el vestido a Evelyn, que seguro que está encantada.
-Te prohíbo que me hables así, Agathe. ¿Acaso te molesta que tu abuela mande hacer un vestido a Evelyn?- Dijo mi madre, seria.
-Pues sí, me molesta. Y mucho. ¿Quién es ella para que le hagan un vestido, que debería ser para mí?
-Es la huésped de tus abuelos, quieras o no. Además, tu abuela ha mandado hacerte otro.- Contestó mamá.
-Ya claro, que me lo voy a creer.- Dije, mostrando mi desconfianza.
-Creelo, pues está tu abuela en tu habitación con él.
Y me encaminé a mi habitación. Allí estaba mi abuela, sonriente, con una percha, en la que había un vestido.
-¿Qué es esto, abuela?- Dije asombrada.
-Tu vestido. ¿Acaso no te gusta?- Me contestó.
Observé con detenimiento el vestido. Era horrendo, la cosa más fea del mundo, de un color esmeralda chillón. Aunque la forma del vestido no me disgustaba nada.
-Abuela, ¿quién ha elegido esto?
-Le pedí a Evelyn que eligiera la tela, y yo elegí el diseño.
-Es la tela más horripilante del mundo, abuela. La hechura del vestido me encanta, se nota que la has elegido tú. Pero ese color es... asqueroso, con perdón.
-Agathe, no digas esas cosas, Evelyn lo ha elegido con mucho cariño para tí.- Dijo mi abuela. Pobre, ella no sabía nada.- Venga, te lo vas a poner para no hacerle ese feo a tu amiga.
-Abuela, no me hagas esto, por favor.- Supliqué.
-¿Y qué pretendes ponerte esta noche?- Dijo, más calmada, dispuesta a negociar.
-Traje un vestido de fiesta que me compró papá antes de dejar Londres.- Dije, mientras lo sacaba del armario.
-Vale, entonces ponte ese.
-Gracias abuela. Te quiero mucho.- Y le di un abrazo.
-De nada. Después ven a mi habitación, antes de la cena.- Contestó.
Me fui de la habitación. Bajé a contemplar lo hermoso que había quedado el salón principal. Era gigantesco. Flores por todos los lados, guirnaldas en las paredes, la orquesta en una esquina. Aquello parecía sacado de un cuento de princesas.
-Las guirnaldas las hemos hecho nosotras.- Dijo la voz de mi prima Elizabeth a mis espaldas. Me giré y las vi a todos ellos. Mis primas Mary, Elizabeth, Blanche, Rose, Athenea, Allison, Violet, Abigail y la pequeña Florence. Mis primos William, Jack, Michael, Nicholas, Alfred, Daniel y Robert estaban peleando, como siempre.
-Hola. Pues os han quedado hermosas, de verdad.- Dije sinceramente.
-Anda, Agathe, no mientas. Admite que lo han hecho fatal.- Dijo Michael, que como siempre era tan malo.
-Quisiera verte haciéndolas mejor que nosotras.- Dijo Allison.
-Cuando quieras, hermanita.- Le contestó Michael a su hermana. Allison y Michael eran los hijos de mi tío Percival y mi tía Josephine, y vivían en Plymouth.
-Agathe, ya sé contar hasta diez.- Dijo al acercarse la adorable Florence, que tan solo tenía cuatro años.
-Caramba, que chica mayor estás hecha.- Le contesté, y ella se rió, dejando mostrar eses hoyuelos tan encantadores.
-Chicas, vayámonos a vestir.- Dijo mi prima mayor, Blanche, que tenía veinte años.- Florence, cariño, ve con mamá, que está en la cocina.- Añadió.
-Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.- Dijeron mis primos.
-Os daría un sopapo si no fuerais de la familia, desgraciados. Sois una panda de maleantes.- Le dijo Athenea.
-Déjalos, Athenea. No merece la pena.- Dijeron Abigail y Violet.
-Tenemos tres horas para cambiarnos. Vayamos a la habitación de Agathe, que es más amplia.
Y nos fuimos todas a mi habitación. Cada una llevó su vestido.
-¿Habéis visto a la niña que está de huésped de los abuelos?- Preguntó mi prima Rose.
-Sí, es simpática.- Contestaron mis primas.
-No diríais eso si supierais lo que me hizo.- Dije, y comencé a contárselo.
Narré toda la historia paso a paso, y cuando terminé, la primera que habló fue Mary.
-Dios, que mala es.
-Ya.- Contestaron el resto.
-¡Y eso que Peter es tan mono!- Comentó Abigail.
-Es muy difícil hacer como si no supiera nada delante de mis padres, los tíos y mis abuelos.- Dije.
Y volvimos a nuestra tarea de prepararnos. Blanche nos peinó, ya que se le daba muy bien. Acabamos de vestirnos, y cada una fuimos a pedirle algo de perfume a nuestras madres.
-¿Mamá, me prestas tu perfume?- Dije, mientras entraba en su habitación.
-Que guapa estás, cariño. Claro que te dejo echarte un poco de mi perfume.- Dijo dulcemente.
-Sí, Agathe, estás requetebién.- Dijo Amelie, que esta con mi madre.
-Gracias. Estás espectacular, mamá. Me encanta tu vestido, Amelie.
-Ven.- Dijo mi madre, refiriéndose a su tocador.
Cogió el frasco lentamente, y meticulosamente apretó el dosificador a ambos lados de mi cuello. Era una fragancia suave, floral, embriagadora a todos los sentidos. Perfecta.
-Señora Perkins, ¿me echa un poco de su perfume?- Preguntó Amelie.
-Claro.- Dijo mi madre mientras le echaba una pequeña gota, y después le dio un beso.
-Venga, cariño, tu abuela me ha dicho que vayáis tus primas y tú a su habitación. No le hagas esperar.- Y me dio un beso.
Amelie y yo fuimos antes al despacho de mi abuelo. Golpeé la puerta suavemente.
-Pasa.- Oí del otro lado de la madera.
-Hola abuelo. ¿Ya estás cambiado?- Pregunté.
-Agathe, estás muy guapa esta noche. Se nota que eres hija de tu madre, sois las dos muy bellas. Y tú, pequeñita Amelie, eres la más guapa de todas.- Ella se rió.- Sí, ya estoy cambiado. Dejé a tu abuela sola para que tenga más intimidad.
-Gracias, abuelo. ¿Qué hacías?
-Estaba colocando estos libros en la estantería que saqué esta tarde.
-Oye, abuelo, ¿cuántas personas van a venir esta noche?
-Unas cien personas sin contar a nuestra familia.- Mi cara mostraba asombro, por esa cifra tan alta.- Sí, cariño, cosas de tu abuela.- Se adelantó.
-Bueno, abuelo, me voy, que la abuela nos está esperando.
-¿A quién espera?
-A mis primas y a mí.
-¿Y a Evelyn no?
-No.- Sentencié.
-Dile a tu abuela que la estoy esperando para bajar, que en breve hay que recibir a los invitados.
-Vale.- Y le dí un beso en su mejilla, arrugada como una pasa.
-Adiós, señor Fellon.- Amelie repitió el mismo proceso que yo.
La habitación de mis abuelos estaba en el ala norte de la segunda planta. Pasillos y más pasillos. Encontré la puerta. La abrí. Mis primas ya estaban allí.
-Venga, Agathe, Amelie, que la abuela nos quiere dar algo.- Dijo impaciente mi prima Abigail.
La abuela abrió un cofre y nos dio un collar de perlas, un anillo y un par de pendientes a cada una. Eran realmente hermosos. Le dimos las gracias y nos fuimos.
Mis primas me pidieron que las acompañara a buscar a Florence y a mis primos, que estaban en sus habitaciones, en la primera planta.
Bajamos las escaleras, recogimos a la pequeña Florence, que estaba en la habitación de mi tía Caroline; y fuimos a buscar a mis primos, que estaban en la habitación de Alfred, con mi hermano, George, mi padre y mis tíos.
-Míralas que guapas. ¡Si al final tenemos que retirar lo dicho!- Dijo mi primo William.
-Sí.- Admitieron el resto de jóvenes.
-A saber lo que le habréis dicho.- Dijeron mis tíos.
-Papá, tío Percival, tío Henry, tío Collin, tío Ronald, nos llevamos a vuestros chicos.- Dijo Athenea a su padre.
-Os esperamos abajo.- Dijo mi padre.
-Vale.- Dijimos todos.
Caminamos por todo el castillo para perder tiempo, ya que aún faltaban unos tres cuartos de hora para la recepción de los invitados.
Nos chocamos con Evelyn. Ella intentó esquivarnos pero Violet la paró.
-¡Hola! Que collar tan bonito. ¿Es tuyo?- Dijo ella falsamente.
-Pues no, es de vuestra abuela, que me tiene mucho aprecio y me lo ha dado.- Contestó, regocijándose ante nosotras.- Oye, Agathe, ¿no has visto el vestido?- Se dirigió a mí.
-Sí.- Contesté fríamente.
-¿Y no te ha gustado?- Dijo falsamente.
-Uy sí, pero creo que el color va más acorde con tu pelo naranja asqueroso. ¿O no?- Le contesté.
-Mujer, no te pongas así. Yo lo hice para que la gente se fijara en ti.- Dijo ella, acompañada de una risa más falsa que una moneda de tres céntimos.
-A mí no me hace falta destacar con un vestido, ya lo hago por mí misma.- Le solté.
-¡Serás falsa!
-¡Serás roba novios!
-Perdona, pero mi Peter no es tuyo.
-Ni tuyo. No veo que lleve un cartel que ponga: “pertenezco esa cosa, que no tiene ni estatus de persona, que le llaman Evelyn”.- Contesté.
-Eres una persona muy rastrera, Agathe Perkins. No me extraña que nadie te quiera.
-¿Sabes, Evelyn?, creo que ya me he rebajado bastante a tu nivel, y no pienso hacerlo más. Ponte al sol a ver si maduras.- Sentencié.
Mis primos estaban allí inmóviles, sin decir ni mu. Comencé a andar, y ellos tras de mí.
-No me digáis nada, por favor.- Les dije.
Bajamos todos, nos pusimos en posición, y comenzaron a llegar los invitados.
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Holaaaa! ¿Qué tal lleváis las vacaciones? Yo muy bien :D
¡Espero que estéis preparadas para los regaliiiiitos! Mis papis ya me ha adelantado algunos regalos jajajajaja. Mi papá una pluma hermosa, y escribe genial. Mamá ropa, como siempre ;)
Bueno, me he demorado un poco en subir este capítulo porque me he pasado estes dos días en casa de mi abuela, y casi me da algo cuando me he acordado que no había internet allí. Yo le digo que compre un módem USB y así ya está, pero ella dice que no.
Y ahora... ¡Las notas! Las mías muy bien, aunque el de física me puso un 6. Estoy planteándome tirarlo por las escaleras (puajajajajaja esta mente mía tan perversa)...
Espero que os haya gustado mucho el capítulo, porque ha costado lo suyo. Sí, el encaramiento de Agathe a Evelyn no está muy trabajado, pero algo es algo :D

Un beso a tod@s,
Paula*

¡¡¡Feliz navidad!!!

sábado, 17 de diciembre de 2011

Capítulo 15

-Queridos, esta es Evelyn Ford.- Dijo mi abuela.
Ella, con una sonrisa de lo más falsa se dirigió hacia mis padres.
-Hola, estoy encantada de haberlos conocido, señor y señora Perkins.-Dijo ella, con una amabilidad sobrenatural.
-El placer es nuestro, Evelyn. Además, los abuelos están muy contentos de tenerte aquí.- Dijo mi padre.
Y mi abuelo le presentó a todos a Evelyn. Cuando le presentó a Peter, ambos intercambiaron unas miradas de complicidad. Entonces ella se acercó a mi.
-Hola, Agathe, estoy encantada de conocerte, tus abuelos me han hablado mucho de ti.- Dijo ella con un tono impertinente.
-Yo estoy más encantada aún.- Dije más falsa que ella. Si ella quería jugar conmigo, yo estaba dispuesta a seguirlo, aunque fuera la cosa más rastrera del mundo.
-Bueno, queridos, vayamos a comer, que Anna nos ha preparado una cena exquisita.- Dijo mi abuela. Anna era la cocinera, una mujer que llevaba años trabajando entre los fogones de la cocina de mis abuelos.
-Sí, vayamos.-Dijo mi abuelo.
-Mamá, me voy a cambiar, que no estoy cómoda con este vestido.- Me excusé. Que el vestido me fuera incómodo era mentira, pues aquel vestido era realmente hermoso, de lana color rojo, y llevaba unos zapatos de charol negro.
-No tardes, aunque comenzaremos a cenar sin ti. Tus maletas las ha subido Allan a la habitación de siempre, cerca del despacho de tu abuelo.- Me contestó la abuela.
Comencé a subir las escaleras. Mi habitación en la que pasaba las vacaciones cuando venía estaba en la segunda planta, pero decidí pasear antes por la primera. Paseé por los pasillos, llenos de hermosos cuadros, y aquel papel de pared tan encantador.
Llegué al balcón que había al girar en el pasillo. Observé los últimos rayos del sol, ya muy tenues y casi imperceptibles, con mi cuerpo apoyado en el cristal.
-Bienvenida, señorita.- Dijo una voz detrás mía.- El tiempo estos últimos días no ha sido especialmente agradable. Un viento terrible, aunque ha amainado unas horas antes de su llegada.- Prosiguió.
Me giré lentamente para ver el rostro de mi locutor. El señor Morris, el mayordomo. Aquel hombre dejado de lado por la señora juventud, aquella que nos abandonará en cierto día de nuestras vidas; estaba detrás mía, con una amplia sonrisa en su cara.
-Hola, señor Morris, hacía bastante tiempo que no lo veía.-Dije con gran entusiasmo.
-Sí, hemos echado de menos sus risas al correr por estos ahora solitarios pasillos, y sus protestas a ver que la pelota se le había perdido; su vocecita tan dulce y tan educada al pedirle a Anna probar una de sus deliciosas galletas de chocolate.- Contestó el señor Morris.
-Sí, esas galletas que tanto me encantaban, yo siempre las quería comer tan pronto salían del horno, y ella me decía que esperara, porque me podía quemar.- Y comencé vagamente a recordar aquellas tardes en las que corría como una fiera descontrolada por los pasillos, jugaba en el barro con los perros y después la abuela me cambiaba de vestido; el abuelo y yo hacíamos maquetas de aviones y simulábamos que volaban por el salón.
-Venga, tiene que ir a cenar, que la están esperando.
-Es verdad, hasta más tarde, señor Morris.
Corrí a cambiarme y me puse lo primero que vi. Bajé a la velocidad de la luz y en el gran comedor estaban todos comenzando a comer es segundo plato. Mamá me dijo que no podía tardar tanto la próxima vez.
Me incorporé a la cena y mi abuela empezó a decir:
-Vamos a celebrar un baile de Navidad, aquí, la próxima semana, y asistirán la mayoría de los nobles de Inglaterra.
-Ah, pues la verdad es que no me apetece socializar, aparte de que no me guste mucho las reuniones públicas.- Dije yo, molesta.
-¡Agathe! No digas esas cosa delante de tu abuela, compórtate.- Contestó mi madre.- Y vas a asistir a la cena quieras o no.- Terminó.
Notaba cómo la mirada de Peter se clavaba en mí y luego a Evelyn. Fue un golpe bajo. Evelyn tosió y habló.
-Señora Fellon, me encantaría asistir a esa cena, ¿puedo?- Preguntó.
Esa era mi abuela, Mary Fellon, duquesa del Wiltshire, casada con Edwad Fellon, duque de Devon y de Kent. Dios, esto de casarse entre familias nobles no molaba nada.
-Oh querida, claro que sí, iremos a encargar que te hagan un vestido hermoso, que te vaya muy bien con tu hermoso pelo rojizo.- Habló mi abuela.
-No, señora Fellon, no tiene usted porqué comprarme un vestido. No hace falta.- Replicó ella con un tono falsamente dulce.
-Sí, querida, y no se hable más. El lunes iremos a encargarlo sin falta. Y no me digas que no.- Mi abuela siempre tan cordial.
-Muchísimas gracias, de verdad. No sé cuánto agradecérselo.- Contestó Evelyn.
En aquel momento mi mente aún esta asimilando lo del vestido. Mi abuela. Un vestido a la modista. Para Evelyn. Evelyn Ford en vez de a mí. Dios mío, mi abuela había perdido la cabeza.
-Ves, Agathe, deberías comportarte cómo Evelyn. Es una muchacha ejemplar.- Dijo mi madre sonriendo hacía la muchacha pelirroja que estaba enfrente mía.
Decidí no contestar y guardar mi rabia para soltarla en otro momento. Evelyn miraba triunfante hacía mí. Después, le dedicó una sonrisa a cada uno de los allí presentes, incluido Peter.
Mi padre había decidido no abrir la boca en toda la cena, simplemente se dedicaba a analizar aquella situación.
Yo tampoco volví a hablar el resto de la velada, pues me sumergí en mis pensamientos. Tras acabar de cenar, fui a la biblioteca a escribirle una carta a mis amigas.
Caminé por los silenciosos pasillos. Solo se oía el repiqueteo de mis zapatos, pues la biblioteca estaba alejada de la salita donde estaba el resto de la familia y Evelyn. Subí escaleras hasta llegar al ala oeste de la tercera planta. Abrí la gran doble puerta de nogal. Ante mí e encontraba una biblioteca espectacular, con doble piso, y llena de libros de todos los tiempos que mi abuelo había coleccionado al lo largo de los años. Una maravilla digna de casa de mis abuelos.
Andaba lentamente observando las estanterías y cada uno de los libros que allí estaban. Libros de grandes autores, obras maestras de la literatura de todo el mundo.
Subí al segundo nivel. Allí, en una esquina, había unos cuantos divanes. Cogí un libro al azar. “ Northanger Abbey”, de Jane Austen, ponía en la tapa. Me senté en un diván. Leí un rato y bajé a escribir la carta. En la carta, que iba a mandarla a la casa de Fiona pero iba dirigida a todas mi amigas, narraba lo del baile, lo de Evelyn y más cosas.
-¿No quiere usted asistir al baile?- Dijo una voz cerca de mi nuca.
-¡Ah! Qué susto me ha dado.- Me sobresalté. La persona que me había hablado era un joven de unos veinte años, de pelo negro, con unos ojos azul Caribe, una tez blanca como la cal y estaba vestido con el traje del servicio.- ¿Quién es usted?- Pregunté.
-Oh, lo siento, no me he presentado. Soy Jonathan Swift, pero no el escritor, como puede ver.- Y me dedicó una amplia sonrisa.- Es usted la señorita Perkins, si no me equivoco.
-Sí, soy yo, pero no me hable de usted ni me llame señorita, por favor, sólo Agathe. Además, aún tengo dieciséis años, soy joven.- Le contesté.
-Vale, Agathe. ¿Qué haces aquí a estas horas?- Me preguntó cordialmente.
-¿Puedo llamarle de tú, Jonathan?- Pregunté antes de contestarle.
-Por supuesto, Agathe.
-Oh, perfecto. Pues verás, estaba aquí escribiendo una carta a mis amigas criticando a Evelyn Ford, ¿qué te parece?
-Pues Agathe, dejame que te diga que no estoy de acuerdo contigo al criticar a Evelyn. Es muy amable y buena persona.- Contestó.
Me enfadé y le comencé a contarle todo.
-¿Has visto a Peter Jones?- Él asintió.- Bueno, pues cuando resulta que me había enamorado de él y comenzamos a tener nuestra propia historia, me entero de que Peter estaba saliendo y carteándose con Evelyn Ford porque leí una carta suya diciéndole cuánto lo quería. Ahora que estoy en casa de mis abuelos y resulta que ella también, por lo que me enfado muchísimo más. No te imaginas lo duro que es verla y hacer como si no la conociera de nada, y tener que hacerme amiga de ella. Ahora, mi abuela le va a ir a encargar a la modista un vestido para Evelyn para la cena, y yo no. Y sí, estoy muy molesta, porque me deberían hacer un vestido a mí y no a esa estúpida niña con ese pelo rojo rizo y asqueroso, que está más delgada que un palillo. Y ya he dicho todo lo que tenía que decir.- Sentencié.
Estaba llena de rabia e impotencia y mis mejillas comenzaban a ser surcadas por lágrimas.
-Anda, no llores, por favor.- Me dijo. Dudó un momento si abrazarme, pero finalmente lo hizo.
-Ya está. Ya paro de llorar. Gracias.- Le dije.
-Bueno, Agathe, creo que tienes razón en lo de Evelyn. Me voy, ya nos veremos mañana.- Se despidió de mí.
-Hasta mañana, Jonathan.- Dije.
Volví a mi habitación, estaba ilusionada por mandarle una carta a mis amigas, y quería recibir ya su respuesta.
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¡Hola a todas! Bueno, ya sé que en la entrada anterior dije que subiría este capítulo el viernes, pero es que no pude, porque estaba tan cansada de mi clase de natación que puuuuuuuuf... NO HABÍA GANAS DE ESCRIBIR.
¡¡¡¡¡¡Estoy súper feliz, ya que se me han acabado los exámenes, y a partir de ahora puedo escribir cuánto quiera :D !!!!!!
Lo siento mucho, aparte de que este capítulo es un poco soso, pero no os preocupéis, que el el próximo episodio Agathe se va a encarar con Evelyn. Yo de vosotras estaría ansiosa jajajajajajaja.
Bueno, muchísimas gracias por todo vuestro apoyo, que es lo que me da la inspiración. 
Un saludo enorme,
Paula*

lunes, 12 de diciembre de 2011

Sin tiempo :(

Hola a tod@s!!!!!
Estoy estresadísima porque tengo la semana LLENA de exámenes y no sé de donde voy a sacar tiempo para estudiar. Y estoy triste porque no tengo tiempo de escribir, ni para este blog ni para el otro :(
Espero que  me perdonéis, que sois las personas más grandes del mundo. Subo el capítulo el siguiente el viernes tras venir de mi clase de natación, sobre las once, ¿vale?
Un besote enorme, preciosas,
Paula*

lunes, 5 de diciembre de 2011

Capítulo 14

El día siguiente, fui con mi madre al pueblo, a ayudarle con la compra. Fue una mañana aburrida, porque mi madre se paraba cada dos por tres a hablar con alguien. También se encontró con la mujer del alcalde, Bonnie Evans. La conversación que mantuvieron me interesó.
-¡Hola Laura! ¡Hola, Agathe!-Gritó la señora Evans.
-Hola, Bonnie.-Dijo mi madre.
-Buenos días.- La saludé yo.
-¿Sabéis que va a venir un escuadrón de pilotos de la RAF que están de pruebas, aquí, a nuestro pueblo?- Dijo ella, entusiasmada.
-Pues no, Bonnie. ¿Cómo te has enterado?- Preguntó mi madre.
-Pues verás, a mi marido, que anda muy estresado, lo llamaron ayer por la tarde del departamento de guerra del gobierno, para comunicárselo. Y claro, el pobre de Josh está que hecha humo, porque primero lo del bombardeo, y ahora esto... Ya me dirás, querida, que esto va a parecer un campamento militar.- Dijo ella, alporizándose. Esa mujer hablaba por los codos, y siempre estaba estresada.
-Sí, Bonnie. ¿Y para cuando esperamos su llegada?- Le siguió la corriente mi madre.
-Para el tres de enero. Me parece muy pronto, porque aún estaremos recuperándonos de las fiestas de Navidad.
-Pues nosotros iremos a visitar a mis padres a Marlborough, que hace mucho que no los vemos.-Comentó mi madre.
-¿Y os vais todos? Sois muchos, entre los niños Jones y vosotros sois siete. Pobre tu abuela con todos eses pequeños terremotos por su casa.- Se dirigió a mi.
-Bueno, Bonnie, nos vamos, que aún tenemos que ir a la floristería.- Se despidió mi madre.
-Nos vemos, querida.- Dijo la señora Evans.
Nos alejamos y le dije a mi madre que Fiona ya me había contado lo del escuadrón. Entramos en la floristería y estaban Joe y su madre, entre otras mujeres que siempre iban a comprar flores para los jarrones de sus casas. Se podría decir que aquel lugar era el centro neurálgico de los cotilleos del pueblo. Mi madre tenía para rato en esa tienda.
-Mamá, voy a fuera un rato, que aquí el ambiente está un poco cargado.- Dije.
-Vale, cariño.- Dijo mi madre.
Joe estaba a un lado, dejando a todas las mujeres hablar. Le cogí del brazo y casi lo arrastro hacía fuera.
-Ya te puedes desenfadar conmigo, porque estoy harta de que me mires mal todas las mañanas.
-¿Qué?-Dijo él extrañado.
-Que se acabó. Lo de Peter y yo.- Dije.
-Has entrado en razón.-Dijo él.
-Se podría decir que sí, pero por favor, no me mates con la mirada.
-Es que ya decía yo que Peter no era de fiar. Te lo digo porque soy tu amigo.
-Si fueras mi amigo podías decírmelo antes, ¿no crees?- Dije yo.
-Ya, pero no quería hacerte daño.
-Estaba carteándose con otra, que resulta que está evacuada en casa de mis abuelos que voy a visitar estas Navidades.-Dije yo.
-¿Enserio? No puede ser.- Preguntó él.
-Sí, leí la carta que le envió a Peter.
-Joder. Si es que tenía que partirle la cara aquel día.
-Ya. No sé si podré mirar a la cara a la Evelyn.
-¿Se llama Evelyn?
-Sí, Evelyn Ford.-Contesté a su pregunta.
-¿Cuando os vais?
-Sábado que viene, tras darnos las vacaciones en la escuela.
-Vienen pilotos de la RAF al pueblo.- Cambió de tema Joe.
-Ya lo sé. Está en boca de todos.- Dije yo.
-A lo mejor algún piloto tiene una hermana de nuestra edad.-Dijo él, pícaro.
-¡Joe!- Le dí un golpecito en el hombro.
-¿Qué?- Dijo él, haciendo como si no dijera nada.
-¿Qué vas a hacer cuando cumplas los 18?- Pregunté, poniéndome seria.
-No lo sé. En teoría tengo que alistarme en el ejército, pero no me van esas cosas.- Me contestó más serio aún.
-No te vayas, que no sé qué haría yo sin ti. Eres mi mejor amigo, Joe.- Dije.
-No lo haré. Te lo prometo.- Contestó Joe.
-Gracias. Te aprecio mucho.- Y le dí un abrazo.

***
-¿Sabéis que el casa de los abuelos hay una niña de la edad de Agathe evacuada?- Preguntó mi padre unos veinte minutos después de subirnos al tren que nos llevaría a casa de los abuelos.
"Yo no, pero ese capullo que tienes a tu lado, papá, sí que lo sabe, y muy bien, por cierto", quería decirlo en alto, pero me lo callé.
-No, señor. Seguro que Agathe y Amelie se levarán bien con ella.- Dijo Peter.
"Pero este mamarracho cómo se atreve a decir eso delante mía" Agathe, cuenta hasta diez. 1,  2,  3,  4... Esto es estresante, venga sigue. 5,  6,  7,  8,  9 y 10. Muy bien, ya estás más calmada."
Hablaba conmigo misma para poder controlarme.
-Agathe, juguemos a algo.- Preguntó George.
-No me apetece mucho, George.- Me excusé.
-Porfis, porfis, porfis...- Me suplicaba.
-Está bien. Juguemos al "veo, veo".- Acepté.
-¡Gracias!- Gritó él.
Tras un rato jugando con él, se cansó y lo dejamos.
Observé el hermoso paisaje de la campiña inglesa el resto del viaje. Llegamos a la estación casi a la hora de cenar.
En el pueblo había carteles de feliz Navidad por todas las esquinas, y algunos escaparates tenían luces de colores.
La última vez que visitara Marlborough tenía unos cinco años, pues el resto de las veces que vi a mis abuelos Mary y Edward eran ellos quienes nos visitaban el Londres.
Aquella descomunal casa se abría paso entre los árboles que había a ambos lados del camino.
"Greatfields House", ponía en la verja de la entrada.
Aquella finca abarcaba un montón de hectáreas y la mansión que estaba en el centro de esta, poseía un encanto singular. Aquel caserío de cientos de puertas recuerdo que cuando era pequeña me daba mucho miedo. La fachada del edificio era de un estilo victoriano impresionante, como es resto de la casa.
Los abuelos estaban en la puerta esperándonos. Salimos del coche que nos acercara a la mansión y corrí a abrazar a mi abuela. La apreciaba mucho.
-¡Hola, abuela!- Grité.
-Hola, cielo. ¡Qué grande estás! Eres una mujercita en toda regla, cariño.- Dijo ella, abrazándome.
-¡Hola, abuelo!- Dije dirigiéndome hacia donde él estaba.
-¡Oh! ¿Quien es esta bella jovencita?- Dijo mi abuelo de broma.- ¡Casi no te reconozco con lo grande que estás!
-Ya ves, soy la más alta de mis amigas.- Le dije.
-Tu madre también era muy alta cuando tenía tu edad.- Dijo él.
-Os he echado mucho de menos.- Y le dí un beso en su arrugada mejilla.
Los demás se saludaron y mis padres les presentaron a mis abuelos los Jones. Mi abuela, como siempre tan efusiva, les plantó un beso en la mejilla a cada uno de ellos.
-¡Abuelo, abuelo, me tienes que enseñar las maquetas de los Spitfire que me contaste que habías hecho!- Oí a mi hermano decir.
-¿Tiene usted maquetas de Spitfires?- Dijo Peter.
-Sí, joven, si quieres te las enseño.-Dijo amablemente mi abuelo.
-Oh, me encantaría.-  Contestó cordialmente Peter.
-Sí, tiene maquetas de todos los aviones del mundo.- Le contó mi hermano.- Hasta tiene una maqueta de un Fokker Dr. triplano, el del Barón Rojo.- Continuó.
-Venga, vayamos dentro, que os tengo que presentar a una amiguita.- Dijo mi abuela entusiasmada, refiriéndose a la Evelyn.
"Agathe, respira, cuenta hasta diez y procura ser amable y NO cogerla de los pelos, que eres una señorita. Tranquila. 1, 2, 3... Venga, que tú eres mejor que ella."
Entramos por la puerta y la ví. Cabello rizo y pelirrojo, tez blanca como la leche, llena de pecas. Alta y extremadamente delgada, aunque con una silueta bien definida. ¿Así era Evelyn Ford? Me esperaba otra cosa.
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Hoooooolaaaa!!!!
Bueno, pues he aquí es capítulo catorce. Es largo, pero es que me vino la inspiración y no la iba a dejar pasar, ¿no?
Espero que os guste, y mañana si tal publico otro capítulo.
Un beso enooorme y un millón de gracias.
Paula*

P.D: lo de Fokker Dr. triplano se refiere a un avión de la Primera Guerra Mundial, muy famoso porque uno de ellos era pilotado por el Barón Rojo, uno de los mejores aviadores de la historia, que pintaba sus aviones de un rojo brillante, muy extravagante en aquella época porque se supone que los aviones se debían pintar de colores que se camuflaran.
¡Ah! Y el Spitfire era otro avión, el rival en la época del Fokker triplano.

viernes, 2 de diciembre de 2011

# 1 #

Querido Jean-Luc,
Antes de nada mis más sinceras disculpas por esta ridícula carta.
Ambos nos perjudicamos entre nosotros dos, pero la cuestión es que no sé si podré seguir viviendo con con tu recuerdo.
"You'd be always by my side..." ¿Recuerdas? Volví a escuchar esa dichosa canción el otro día. Puede que por culpa de mi masoquismo. Ese vinilo que tantas aventuras presenció. Las noches de viernes en el sofá tú y yo, viendo el gran repertorio de películas en blanco y negro del canal de cine. Los anuncios eran mi parte favorita de la velada. Con suma delicadeza, sacabas el vinilo del cartón, encendías el tocadiscos y me tendías la mano. Me agarrabas por la cintura fuertemente, para que no me cayera. Tras nuestra canción venían otras. Nunca acabábamos de ver una película, porque las horas se nos pasaban volando, bailando sobre la alfombra del salón.
"Por favor, no te vayas nunca", te rogaba.
"Jamás lo haré", me contestabas, y acto seguido me besabas con ternura.
Y todo se acabó de un día a otro.
Y verte ahora con otra me duele más que si mil cuchillas se me clavaran por todo el cuerpo.
Soy una cobarde. Siempre lo he dicho. No soy capaz de contarte a la cara que te extraño demasiado, y que todo el amor que tenía en mi cuerpo te lo dí, en cambio, ya veo que tú no pierdes el tiempo.
Debo girar la vista cuando os veo pasear por los Campos Elíseos. Ya no sé ni para que voy por allí. Supongo que siempre me quedará la tienda de Chanel. Nunca más me he puesto aquellos zapatos que tanto te gustaba verlos en mis pies. Decías que me hacían unas piernas hermosas.
¿Pero sabes qué?
Tú te lo pierdes. Ahora otro disfruta de las piernas que tanto adorabas. Esas noches de viernes cambian de plan cada semana. Una a cenar a la Place de la Concorde, otro viernes al teatro, y otro, de copas por París.
¡Oh, París! Esa ciudas que nos encandiló, que nos hizo libres. Nuestra cafetería favorita en el barrio Latino, y los desauyunos de los sábados allí.
Hay días en los que paseo por los maravillosos jasdines de Luxemburgo con él. La nostalgia me invade cuando paso por nuestro lugar especial. Él me lo nota y me pregunta qué me pasa. Yo le miento negándo que no me pasa nada.
Bueno, paro ya de escribirte, que si no me emociono y escribo mucho más. Solo te pido una cosita: no te olvides de mí, de nuestra historia de amor, donde el príncipe se convirtió en sapo y la princesa se transformó en Cenicienta.
Siempre tuya,
Florence



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Bueno, pues subo este pequeño texto que se me dió por escribir hace una semana, y que espero que os guste :D

Capítulo 13

Hacía una semana desde que nos pillara Amelie. No había dicho nada, afortunadamente hasta aquel día, el viernes seis de diciembre de 1940, mientras cenábamos, la radio, puesta aquel día sorprendentemente en el comedor por mi padre, que estaba atento a todo lo que decía, contaba que en almirante italiano había presentado su dimisión tras la campaña de Grecia. Papá estaba feliz por ese suceso. Y mamá dijo:
-¿Qué os parece si le hacemos una visita por Navidad a vuestros abuelos de Marlborough?
-Sí, por favor, que el abuelo me tiene que enseñar los patos del río.- Dijo Lucas entusiasmado.
-Me parece una muy buena idea, querida.- Dijo mi padre.
Y allí estuvieron hablando de llamar a la casa de los abuelos para prepararlo todo. Me daba igual, porque otro tema rondaba por mi mente.
Joe se había cogido un cabreo descomunal conmigo cuando se entero de mi romance con Peter. Cada mañana me mira como si yo fuera una apestada, y yo me siento fatal al saber que él sufre por mí. La voz de Amelie me arrebató de mi momento de cavilaciones.
-Agathe, ¿qué te pasa? ¿Peter y tú ya no os dáis besitos?- Soltó ese demonio de niña hacia mí.- Peter, ¿qué le has hecho?- Se dirigió a su hermano.
Dios mío, mi cuerpo palideció. Esa niña nos había descubierto. Mi padre pronto dijo:
-¿Es eso verdad? Contestadme ya.- Mi padre esta enfadado.
-Sólo fue una vez, papá, no no malinterpretes, por favor.-Dije yo rápidamente.
-Agathe, Peter, que no se vuelva a repetir. Estoy diciéndolo enserio.
-Lo siento mucho, señor.- Se disculpó Peter.
-Peter, quiero hablar contigo tras la cena.- Dijo mi madre al joven que tenía a mi derecha.
-Me voy. Decidle a Muriel que todo estaba delicioso, por favor.- Dije y me fui.
A las ocho y media bajé otra vez, avergonzada. No había nadie en la sala, pues mamá estaba en la cocina y los demás estaban en el cuarto de los juegos, aunque no sabía dónde estaba Peter. En la mesa que estaba enfrente de la chimenea, ya encendida a esas alturas del año, había una carta abierta. Por curiosodad la cojí. El remitente era una tal Evelyn Ford e iba dirigida a Peter. Quité el papel cuidadosamente y comencé a leer la carta, escrita con una caligrafía de mujer. Decía:
"Mi maravilloso Peter,
No sabes cuánto me ha alegrado tu hermosa carta, de verdad que no lo sabes bien. Yo no he podido escribirte hasta el otro día cuando recibí tu carta, pues no sabía tu nueva dirección; y admiro que te dispusieras a llamar a mi madre, que la pobre está en Londres sin mí y sin mi padre. Como  ya sabes, estoy cerca de un pueblacho perdido en Inglaterra, llamado Marlborough. Es pequeñísimo y la gente es muy "rural".
¡Oh, Peter, cómo te echo de menos! Esos tus labios dulces y cálidos, que tantas veces he probado, ahora los anhelo más que a mi familia.
¿Te acuerdas de cuando paseábas conmigo por los jardines de Kesington? Hace tiempo que temo a no volverte a ver más. Me horroriza ese sentimiento. No me olvides, te lo ruego. -Nunca-, me decías siempre que te lo rogaba.
Te quiero mucho, muchísimo. Espero tu respuesta aquí, en Greatfields House, con los señores mayores y sus mayordomos con los que vivo. La verdad es que son buenas personas, ante de todo.
Te mando un beso, de mis labios a los tuyos, para que cuando nos volvamos a ver me vuelvas a besar como tú sólo sabes.
Siempre tuya,
-Evelyn Ford-"

Estaba sin palabras. Peter y esa tal Evelyn salían juntos. Él estaba conmigo mientras que estaba saliendo por correspondencia con la Evelyn Ford. ¡Qué desgraciado!
 Greatfields House, Greatfields House... Me sonaba. ¡CLARO! Greatfields House es la inmesa finca de mis abuelos en Marlborough. No podía ser verdad. ¡Y ella estaba allí!
Subí las escaleras y entré de golpe en su habitación. Estaba tumbado en su cama leyendo.
Le tiré la carta encima suya.
-Así que... Evelyn, ¿no?- Solté yo.
-¿Qué? Oh, la carta. Te lo puedo explicar...-Dijo él.
-No, no hace falta que me expliques nada. Soy la persona más ilusa del mundo. Y tú eres la peor persona del mundo. ¿Estás con esa Evelyn? Y sí lo estás, eres el hombre menos caballeroso del mundo.
Además, podías guardarte la carta tras leerla, en vez de dejarla en el salón olvidada.
Nunca jamás me vuelvas a hablar, y ni tengas la cara de mirarme a los ojos. Debería darte vergüenza.
Hasta nunca, Peter Jones. Ahora somos dos desconocidos.Que seas feliz con Evelyn.- Dije yo. Y me fui dando un portazo y bajé las escaleras. Sonaba el teléfono. Descolgué.
-¿Si?
-¿Agathe, eres tú?- Contestó una voz al otro lado.
-Sí, soy yo, Fiona. ¿Pasó algo?- Dije yo.
-!Van a venir un escuadrón de aviones de la RAF, aquí, al pueblo!- Gritó al otro lado de la linea.
-¿Qué me dices?- Solté yo atónita.
-Sí, son un escuadrón de aviones con pilotos en prácticas. ¡Nuevas caras para el pueblo!- Dijo entusiasmada ella.
-Genial. Bueno, me voy, que no me encuentro muy bien.-Dije.
-Bueno, entonces chao, pues. Nos vemos.- Oí del otro lado de la línea antes de colgar.
Definitivamente, aquel fuera un día horroroso.
Aquella noche, en cama, me juré una cosa: que nunca volvería a enamorarme.
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¡¡¡Hola a tod@s!!!
Bueno, sí, ya sé lo que estáis pensando, que SOY LA PERSONA MÁS HORRIBLE DEL MUNDO, al hacer que Agathe se enfade con Peter; pero como dicen todos los escritores de terror, a las historias siempre hay que darles otra vuelta de tuerca.
Un beso enorme y espero que me perdonéis,
Paula*